Un diamante, en términos científicos, es carbono puro cristalizado bajo condiciones extremas de presión y temperatura. Los diamantes naturales se forman en las profundidades de la tierra durante millones de años; los creados en laboratorio reproducen ese proceso mediante tecnología de alta precisión, conocida como HPHT (High Pressure High Temperature).

Pero los Diamantes Guadalupanos poseen un origen que trasciende tanto la geología como la ciencia. Su fuente no está en las entrañas del planeta, sino en el corazón de la devoción. El carbono utilizado para su creación proviene de rosas ofrecidas en la Basílica de Guadalupe, flores que han sido testigos silenciosos de las oraciones, promesas y gratitudes de millones de fieles de México y del mundo. De esos pétalos, tratados con el más alto rigor científico y el más profundo respeto espiritual, nace un diamante único en su especie.

Cada piedra es, en esencia, una plegaria cristalizada, un encuentro entre la ciencia y el alma. En su brillo perdura aquello que no se marchita: la esperanza convertida en
materia luminosa, símbolo del amor que une a los creyentes bajo el manto de la Virgen de Guadalupe.